Alrededor de 1820, Simón Bolívar, el primer presidente de lo que se conoció como Gran Colombia (que incluía a la actual Colombia, Ecuador, Venezuela y Panamá), firmó un decreto prohibiendo la chicha, que era percibida por los ciudadanos de la época como una bebida incivilizada. Sin embargo, los campesinos continuaron haciéndola y consumiéndola sin mayores consecuencias.
El 21 de agosto de 1923, se impuso un fuerte impuesto a la chicha, lo que desencadenó disturbios masivos en Bogotá, conocidos como La Revolución de la Chicha, en los que más de 600 bogotanos enfurecidos irrumpieron en las chicherías de la ciudad. Pero las fuerzas detrás de la subida de precios fueron los propietarios de las nuevas cervecerías, que habían presionado al gobierno para que gravara la chicha, argumentando que la cerveza era más sofisticada y causaba menos problemas que la libación indígena.
En 1948, el presidente Mariano Ospina Pérez prohibió oficialmente la bebida. Una vez más, los propietarios de las cervecerías que querían eliminar su principal competencia estaban detrás de la represión. También hubo una campaña publicitaria de desprestigio que duró décadas, con eslóganes como "La chicha te hace estúpido" y "La chicha fomenta el crimen".
La Chicha permaneció ilegal hasta 1991, pero sobrevivió a todas las cruzadas y prohibiciones corporativas. Sigue siendo una parte importante de la herencia Muisca y una bebida común en Bogotá, que se ha negado a morir y deja entre los colombianos, un legado importante de su identidad.